Como un pintor con cámara en mano, Julio Irisarri nos lleva a la experiencia corporal de quien deambula por el terreno de las cuevas de Arguedas con el fin de desvelar los secretos de la noche y la memoria; y lo consigue de una forma magistral con el medio fotográfico y la técnica del “light-painting”.
Y como en todo buen dominio técnico que se precie, la técnica desaparece para dejarnos lugar a la experiencia estética y perceptiva de la obra, así como a un sinfín de sensaciones.
Vistas desde lejos y al natural, las cuevas de Arguedas se nos presentan como una sucesión de vanos alineados con formas de puertas y ventanas negras horadadas en la tierra. De alguna manera en el propio montaje de la exposición se reproduce la sensación que podemos tener al ir aproximándonos al espacio físico de las cuevas. En la distancia, vamos viendo una sucesión de rectángulos y cuadrados oscuros, casi negros que llaman nuestra atención incitándonos a acercarnos a las imágenes.
La curiosidad por descubrir lo que esconden esos “ojos negros que nos miran” abriéndonos todo un mundo a explorar, abriéndonos un espacio único y singular a descubrir. Con cada una de éstas imágenes, Julio nos ofrece un espacio visual al que acercarnos, un espacio próximo y extraño al mismo tiempo; corpóreo, táctil, sugerente e inquietante. Ya frente a las fotografías, la oscuridad exterior que bordea la imagen se relaciona con la interior del vano fotografiado, la noche nos empuja hacia el hueco como si quisiéramos refugiarnos de ella, saber que hay dentro, pero al mismo tiempo nos invade el temor a lo desconocido.
Es la mirada de la cercanía que da la nocturnidad, donde tan solo controlas el espacio circundante; mientras el abismo de la noche se llena de sonidos. Una visión desde la experiencia corporal del propio espacio donde se percibe la aproximación del fotógrafo al cuerpo fotografiado. Porque eso es precisamente lo que Julio Irisarri nos está trayendo a ésta sala con su mirada: el cuerpo de éste espacio geológico. Su piel, su textura, sus formas, la riqueza de sus rincones. En las distancias cortas , éstas imágenes son tan sugerentes como escalofriantes.
Un cuerpo que observa y es observado, con un punto fantasmagórico en su iluminación que potencia huecos, vanos y relieves contrastados. En las imágenes, no aparece la persona literalmente, pero sí está el cuerpo de quien camina por ese espacio y nos lleva a nosotros los espectadores a caminar con él a través de su mirada ; está en la cercanía y aproximación que hace a esos vanos, a esos matorrales que podrían crujir a nuestro roce, o en las piedras que resbalarían bajo nuestros pies…
Casi podemos sentir el frío de la noche y los sonidos lejanos, también cercanos; que nos encojen el corazón cuando nos aventuramos a adentrarnos, aunque solo sea con la mirada en la oscuridad que nos llama. Ojos que nos miran sin descanso.
En el fondo, hay cierta monstruosidad en el planteamiento, como si el monte entero se hubiese convertido en un cuerpo vivo, y Julio hubiese ido deambulando a su alrededor, tocando su piel con la luz, diseccionando sus partes, trayéndonos su mirada en cada uno de sus ojos. Aventurándose a conocerlo en el momento de mayor potencia visual, y de mayor vulnerabilidad para el propio fotógrafo.
Los mismos títulos nos están hablando de esa experiencia de explorador, de los encuentros, los recuerdos, los hallazgos que ésta experiencia fotográfica le ha deparado. Ahora solo precisa, de nuestro tiempo de contemplación y esos ojos se nos abren.”