Como si de una elección de nuestro libre albedrío se tratara el vivir entre el cielo y la tierra, nos encontramos frente a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando con los carteles anunciadores de la exposición “Entre el cielo y la tierra. Doce miradas al Greco cuatrocientos años después” a ambos lados de la puerta. Curiosa disyuntiva.
Adentrándonos unos pasos en la mítica institución, de nuevo la elección nos persigue; puesto que la exposición se divide en dos espacios paralelos con sendas escaleras de acceso. Sin apenas darnos cuenta la puerta y el pasillo de entrada se han convertido en otra experiencia de ésta exposición, en el espacio por el que deambulamos entre el cielo y la tierra; lugar de encuentro a lo largo del tiempo entre las obras, los artistas y el público. Ese espacio de intermediación, de continuo flujo de ideas que se materializan haciéndose visible a nuestros ojos, se nos va apareciendo a lo largo de ambas salas.
En realidad la elección entre los dos accesos solo es posible desde la rebeldía, desde la transgresión del camino marcado que nos indica qué sala ver primero. Ahí nos encontramos con el Greco como artista homenajeado, al tiempo que uno más entre los participantes. Personalmente agradezco la intimidad del montaje que en general permite centrarse en el universo de cada una de las visiones o interpretaciones de los artistas participantes, sin excesivas interferencias.
No tengo nada en contra de este recorrido, pero ¿qué pasaría si en lugar de recibirnos el Greco junto a Gordillo (pues aunque la obra de Cristina Iglesias es la primera, pasa un tanto desapercibida en ese espacio), nos encontrásemos de lleno mirando y mirados por las tres impresionantes bellezas de Gonnard?
El impacto es sobrecogedor cuando entras al espacio de Konstantina, María y Magdalena. Bajo la tenue iluminación, su piel y sus miradas son faros en la oscuridad que nos llevan más allá de esa sala.
¿Por qué no abrir el recorrido de una exposición de la misma manera que las obras permanecen abiertas a múltiples lecturas? ¿Por qué no jugamos más a descubrir y dejar descubrir, y nos dejamos de tanto camino marcado?
Apuesto por la rebeldía en los recorridos, será que como Cristina iglesias expresa en el video presente en la muestra, me gusta deambular por las calles para descubrir una ciudad, una exposición, y que las apariciones me sorprendan. Aunque esto pueda poner nervioso a más de un comisario. No creo que sea el caso, más allá de la anecdótica y bien intencionada cartela de dirección.
La exposición bien merece la pena ser recorrida, sentida y vivida por cualquiera de sus flancos.
La experiencia del encuentro con estas obras es una clara oportunidad para ver cómo los hilos de la creación artística están conectados más allá del tiempo y el espacio; y obras de más de cuatrocientos años siguen latiendo hoy con un lenguaje renovado, contemporáneo.
Oigo muchas veces hablar del abismo entre el arte del pasado y el contemporáneo, comentarios en general a favor del primero y en contra de la comprensión del segundo. Pues bien, aquí tenemos una excelente oportunidad para ver con claridad esas conexiones, aprovechémosla, es un regalo . Eso sí, como todo verdadero placer que merece la pena, requiere de tiempo, presencia y cuerpo. Y el encuentro con las obras de Jose Manuel Broto, Jorge Galindo, Pierre Gonnord, Luis Gordillo, Secundino Hernández, Cristina Iglesias, Carlos León, Din Matamoro, Marina Núñez, Pablo Reinoso, Montserrat Soto, Darío Villalva y el Greco como el Mesías entre los doce apóstoles de la mano de Isabel Durán; bien lo merecen.
Y como suele ocurrir cuando entre un grupo conocemos a una persona y la sintonía y química que se genera entre ambos influye en el acercamiento e interés por ella… personalmente, y con respeto al resto de obras expuestas, mi trinidad en esta ocasión la forman las obras de Carlos León, Marina Nuñez y Pierre Gonnard.
Que cada cuál encuentre la suya.