La mirada de Maribel Osta actúa como un gran zoom a la búsqueda del primerísimo plano, allá donde la epidermis muestra el paso del tiempo. Pero no lo hace con la inmediatez de la fotografía, que solo es un paso previo en el método de trabajo, sino con la parsimonia y deleite que le permite la pintura, como si acariciase con mimo aquello que pinta, disfrutando del proceso y del tiempo pintado.
Su pintura captura la vida, sencilla y cotidiana. Y lo hace en ese punto de vértigo absoluto donde el ciclo vital decae, se arruga y marchita: frutos ya recolectados y abiertos, flores marchitas, objetos raídos, paredes desconchadas… y ancianos, ancianas sobre todo, de manos cruzadas que sencillamente siguen viendo.
En la obra de Maribel Osta el velo de la muerte está presente como el paso siguiente más allá del cuadro, como la crónica de un final anunciado; los pétalos terminarán cayendo, los frutos madurando hasta la putrefacción, y las personas que hoy están, mañana ya no.
A pesar de ello Maribel elige celebrar la vida precisamente en ese límite, en esa franja tan sutilmente trazada; y nos presenta una pintura pletórica de texturas, luz y color para que nos deleitemos con la belleza implícita en esa epidermis que tanto camino ha recorrido ya. Ya sea la de un fruto, una flor o una persona.
En la presente exposición podemos descubrir esa particular epidermis plástica circunscrita al tema de la figura y el retrato. Viendo como con sencillez y sin apenas ruido, nos invita a redescubrir la antítesis del ideal de belleza imperante en nuestra sociedad actual; y a adentrarnos más allá de la mirada que esconden las manos de su madre o la sonrisa de María para leer en las líneas de expresión de esos rostros, su vida. Retratos que, sin lugar a dudas, destilan el enorme cariño con el que han sido pintados.