Este invierno, en el Museo Muñoz Sola de Tudela, se celebró la exposición Joan Miró, Galería de Autorretratos. Exposición de obra gráfica organizada conjuntamente entre la Fundación Joan Miró de Barcelona y el Museo Muñoz Sola.
Oportunidades como esta son una joya para ciudades pequeñas como Tudela.
En colaboración con Amaya Pérez, de APZ visité la exposición con varios grupos de escolares de diferentes colegios de Tudela, y con varios grupos de adultos que acudieron a las visitas guiadas que el Museo ofreció por Navidad.
De entre toda la exposición voy a destacar dos grabados que invitaron particularmente a la participación del público. Mambo (1978) y El Director de orquesta (1974).
Ambos están conectados por el tema común de la música ,un tema que a Miró le interesaba especialmente. Pero mientras que en Mambo podemos sentir incluso el ritmo y la alegría propia de ese baile en el cuerpo; en El director de Orquesta Miró nos eleva a la cima de la música, a su esencia hecha color y forma, entre la serenidad, la sobriedad y el juego. Y lo hace con gran sensibilidad.
En ambos grabados nos encontramos con una tensión interesante, un juego de contradicciones entre el ritmo y lo más estático, el color y el negro hecho forma. Y es precisamente ese juego de tensiones con el que Miró juega con nosotros, en su particular sentido del humor.
Mambo se sustenta sobre una primera impresión en rojo que nos remite a una especie de figura esencial y muy estática en su posición, pero en cambio sumamente dinámica en su ejecución. Porque, de qué otra forma hubiese sido posible generar esas salpicaduras en rojo sino es a través de toda la energía que el propio pintor ha puesto en ese gesto. Y la elección del color… es cálido, enérgico, dinámico. A pesar del estatismo inicial que esta especie de figura; irradia ya desde su base, energía, calor, cercanía… Y los gestos y formas en negro, se unen a esta forma base acentuando ese ritmo vertiginoso que suena en la cabeza y mueve el cuerpo. Incluso la impresión de la huella de la mano parece invitarnos a unir la nuestra y formar pareja con este extraño personaje que es vida, ritmo y música.
En cambio, en El Director de Orquesta, no es tanto el personaje moviéndose al ritmo de la música hecha color, sino la propia música la que se eleva y nos eleva, por sí misma. Frente a la omnipresencia de la forma que le presuponemos al director de orquesta: negra, sólida, fuerte frente al vacío; el aire o blanco del universo que lo rodea, espacio donde se desarrolla y vive el sonido.
La música parece haberse convertido en línea garabateada y sutil en tonos malva, y al más puro estilo dripping de la abstracción americana con la que Miró sintonizaba en esos años; con esos chorrotones negros, dinámicos, vertiginosos sobre ese especial pentagrama de siete líneas. El director de orquesta va afinando su forma elevándose con fina sensibilidad a lo más alto del cuadro, y desde allí capta los sonidos, las notas que llegan a su cabeza. Notas que habitan en las estrellas, que ve a través del sol con ese astro- ojo que ilumina la composición. Porque, ¿qué músico, pintor o creador no habita de alguna manera en ese todo universal más allá de las fronteras, allá donde se canta y pinta al espíritu?
Esta obra, la siento como una Oda de Miró a la creación musical y plástica. Pura poesía visual.
Es una interpretación totalmente subjetiva y personal en mi particular conversación con estos grabados. ¿Pero acaso no se trata de eso? de comunicarnos y escuchar aquello que las obras nos susurran al oído.
Sol Aragón, directora de addmiras.