Cuatro bloques de granito, distribuidos en el perímetro del patio del Museo Reina Sofía. En la distancia podría tratarse de una obra minimalista.
El sonido, ese susurro de agua cayendo que a momentos se va tornando en un ruido de imperiosa presencia; ejerce de poderoso imán hacia la obra.
Nos acercamos a ella irremediablemente, nos abismamos en su interior con la mirada.
Esa caja negra, fría como el témpano, pulcra hasta el extremo, de una racionalidad y mesura controlada y premeditada; alberga en su interior la vida misma con su desorden, movimiento continuo, plena de sensaciones. El agua es su esencia.
Vista, oído y olfato se aúnan en la percepción de la obra. Y el gusto y tacto los acompañan desde la memoria. Por un instante Cristina Iglesias nos lleva al interior mismo de la Naturaleza, entre los árboles, con la hojarasca bajo los pies y el sonido del arroyo o manantial cercano. Nos lleva a la contemplación de las aguas cristalinas, al brillo de las ramas bajo ellas… Me pregunto cuantos y cuantos paseos se habrá dado Cristina en un lugar así, seguramente cercano a su residencia. Me pregunto qué poderosa atracción ejerce esa vivencia del espacio sobre ella; conjeturo sobre el placer que esa cercanía al arroyo con la tierra húmeda bajo sus pies le puede producir. Solo una artista que viva con intensidad esa experiencia podría haber trasladado con tal maestría su esencia a estas obras.
Por descontado queda su saber hacer como artista, ampliamente demostrado. Un trabajo que admiro y con el que sintonizo profundamente.
Pero volvamos a los pozos, que si de algo precisan es de nuestro tiempo de atención y escucha. Comparten los mismos elementos entre ellos, ya que son parte de una serie; pero por cada uno de ellos y atendiendo a su diferente configuración en el lecho de ramas, el ritmo del agua cambia. Cada uno orquesta su pieza sonora. Cada uno con un tempo propio que en lugar de quedar cerrado se abre a la interacción con el propio tempo de contemplación que nos queramos regalar en compañía de estas obras.
Las considero obras muy uterinas en su forma y en su concepto. Toda acción transcurre en su interior, de piel adentro. Para verlas has de mirar dentro de ellas, y el movimiento, el cambio, el caos y la vida se gestan dentro de esas cuatro paredes de granito. Fuera la calma fría, en el interior bulle la vida con fuerza unas veces, con serenidad otras.
Lugares para el ensueño, y la memoria, para no quedarse en la superficie de lo que se ve.